Después de 35 años en el mundo de las fragancias, la rosa sigue siendo un enigma que me cautiva, una flor que creí conocer y que, sin embargo, cada vez me revela una nueva faceta porque la rosa, cuando se formula con pasión y audacia, nunca se repite.
He caminado por campos de Grasse, donde el amanecer huele a rocío y pétalos, donde el aire se vuelve denso, casi sagrado, con el aliento floral suave aterciopelado y con toques verdes húmedos de la rosa Centifolia. He sentido su alma en rosas frescas recién abiertas en mercados de Marruecos, en rosas secas llenas de silencio y memoria en Estambul… y aun así, en cada una de ellas sentí algo diferente. Cada encuentro con la rosa ha sido único, cargado de una emoción distinta, de un momento irrepetible.
Quiero hablar de su presente, de su futuro, de cómo hemos aprendido a desarmarla y volverla a construir, de cómo hoy, la rosa ya no pertenece solo a los perfumes de alma romántica, sino que se atreve a cruzar límites: es urbana, audaz y disruptiva.
Como perfumista, he aprendido que modernizar la rosa no es negarla, sino revelarla desde otro ángulo. La he trabajado de muchas formas: fresca, oscura, luminosa, especiada, apenas insinuada. La he visto transformarse, dejar atrás la imagen de flor intocable para adquirir un carácter contemporáneo, a veces crudo, otras veces minimalista, incluso irreverente. Y sin embargo… nunca pierde su esencia.
A lo largo de mi carrera, he comprendido que las flores más conocidas son también las más desafiantes. Su legado impone respeto y es fácil de caer en fórmulas seguras pero cuando me acerco a la rosa desde lo esencial, desde su olor, su piel, su textura, descubro nuevos caminos, nuevas emociones.
El acorde clásico de rosa suele construirse a partir de materia primas aromáticas como el geraniol, citronelol, alcohol fenil etílico y linalol. En su estructura hay una belleza atemporal pero también una familiaridad que puede volverse predecible.
Modernizar ese acorde implica redibujar sus contornos y para esto podemos reemplazar parte del cuerpo floral con ingredientes que aporten sorpresa, como florol, liffarome o veloutone, que suavizan la textura de pétalo, dándole una redondez más moderna.
Una rosa no es la misma si la rodeas de almizcles, ámbar o de pimienta rosada. A veces, modernizar no es modificar la rosa sino el mundo que la rodea.
Un acorde de rosa puede volverse urbano si se combina con notas cítricas de bergamota, ozónicas o con notas terrosas ahumadas de vetiver o notas cremosas y envolventes de sándalo. Puede adquirir un aura atemporal si se acompaña de musgo, notas lacónicas de durazno, e incluso con un contraste metálico.
Una de las formas más poderosas de actualizar la rosa es quitarle lo que la hace evidente. En vez de mostrarla en el corazón como protagonista clásica, podemos esconderla en la base, entre resinas y maderas, o dejarla apenas sugerida en la salida como una pincelada. Así, el acorde floral se transforma en textura, en atmósfera, en emoción.
La rosa, para mí, no es una flor. Es un lenguaje, un estado de ánimo, una presencia que puede ser femenina, masculina, ambigua o pura abstracción y pienso que es esa libertad la que le permite seguir reinventándose.
En este Día Mundial de la Rosa, la miro con la misma fascinación que tenía al comenzar esta profesión. Me emociona saber que aún tiene mucho que decir. Solo hay que saber escucharla… con la nariz y con el corazón.
Karen Henríquez – Perfumista, Cramer Latam
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